Ella, doña Mary

Es, pues, la labor de un centro de rehabilitación no sólo restaurar cuerpos sino preparar las mentes, estimular las aptitudes e infundirles el coraje y la determinación necesarios para que ellos puedan vivir y trabajar normalmente en el mundo de los no incapacitados.

Mary Pérez viuda Marranzini, en su charla titulada “Hacia un mundo mejor para los físicamente impedidos”

Su presencia llena e ilumina cualquier espacio en donde está. Sus ojillos marrones, que han visto la transformación del dolor en esperanza durante 60 años, aún brillan cuando la llevan al “centro” y su nombre debería aparecer al lado del concepto perseverancia.

Fue bautizada como María Altagracia Pérez Pintado y gracias al infinito amor con el que impulsó la creación y condujo durante más de 50 años la Asociación Dominicana de Rehabilitación, hoy es simplemente doña Mary.

Su intensa y productiva vida se podría narrar en una línea de tiempo que inicia con su nacimiento en Santo Domingo el 20 de septiembre de 1926, en el hogar de Celso Pérez y Carmen Pintado de Pérez. Se hizo bachiller en 1944. Estudió secretariado, se casó en 1949 y tuvo el primero de sus cuatro hijos en 1952.

En 1958, hace 65 años, la cotidianidad de madre que criaba a dos hijos daría un vuelco cuando su primogénito enfermó, de una enfermedad degenerativa de la cual no se tenía mucho conocimiento y el país no contaba con los recursos para enfrentarla. Pero ella no desesperó, analizó la situación e investigó las posibilidades de salvar a su pequeño.

A sus 32 años y con el apoyo de la familia, se llevó a Celso José a Estados Unidos, con la maleta llena de desasosiego y el corazón latiendo del amor más puro, ese que hizo que su fuerza interior creciera hasta el infinito. Allí trataron al niño y en el centro Georgia Warm Springs aprendió sobre cómo cuidarlo, ayudar a su recuperación física y enseñarle las habilidades para llevar una vida integrado al medio social.

Para entonces ya la polio era epidemia en la República Dominicana. Los casos se multiplicaban y no había vacunas, apenas cuidados paliativos para aliviar los dolores y algunas maniobras para ayudar a la movilidad.

Pero en el alma y el corazón de Mary Pérez crecía una llamita que se encendió al retornar al país y descubrir cuan afortunada era su familia que pudo atender a su hijo. Entonces fue el momento en que pensó en los niños y niñas de familias sin recursos y pasó varios días y sus noches pensando en cómo ayudar.